Pensar en el futuro lejano crea resultados en el presente
Todos los seres
humanos (es decir, cada uno de nosotros) deberían pensar en el futuro, incluso
en el futuro lejano, no sólo para asegurar la longevidad de la especie, sino
también para construir un futuro mejor, que no sea ni continuidad del pasado ni
repetición del presente.
Pensar en el futuro
requiere una planificación cuidadosa a largo plazo, así como comprender el
impacto de sus decisiones a corto plazo. Los seres humanos tenemos una
capacidad única para imaginar y planificar el futuro, lo que no da el potencial
para mitigar los desastres (naturales o no) y maximizar las oportunidades para
las generaciones venideras, para que ellas a su vez puedan construir su propio
futuro.
El ritmo al que crece
la población de la humanidad y su impacto en el medio ambiente no tiene
paralelo ni precedentes. La humanidad ya está sintiendo las consecuencias de
sus prácticas actuales de consumo y de tecnología, como queda claro la crisis
climática, la contaminación plástica sin precedentes y el daño a los hábitats y
especies de vida silvestre.
Para evitar cometer
los mismos errores en el futuro y trabajar hacia soluciones sostenibles, es
esencial que los humanos piensen en el futuro. Como decía el escritor y jurista
español Enrique Santín, “El futuro se piensa.” Y, en ese contexto, todo acto de
creación del futuro es a la vez un acto de autocreación.
Asumir los peores
escenarios, como un cambio climático desbocado, ayudaría a la humanidad a
prevenirlos. Los futuristas y los científicos ambientales tendrían que trabajar
juntos para descubrir las implicaciones de las tecnologías existentes y los
efectos a largo plazo de cualquier decisión humana.
A pesar de la escala
y la complejidad de los desafíos, es posible pensar en el futuro mediante una
combinación de pensamiento analítico y creativo. Tener en cuenta las
consideraciones ambientales y sociales a menudo olvidadas y comprender la
interconexión de los diferentes grupos dentro de la sociedad es una parte
integral de ese proceso. Tomar consciencia del cambio propio es otro elemento
clave.
Además, es vital
considerar los efectos a largo plazo de las decisiones que estamos tomando
ahora. ¿Las políticas públicas y las inversiones que estamos haciendo ahora se
alinean con nuestro futuro previsto o con el futuro que queremos crear (o, mejor,
cocrear)? ¿Cómo afectarán nuestras decisiones a aquellas generaciones futuras a
quienes no vamos a ver?
A medida que
continuamos avanzando hacia los objetivos fijados, especialmente en términos de
sostenibilidad y recuperación climática, debemos reevaluar una y otra vez
nuestros planes y ajustarlos en función de los posibles comentarios de las
generaciones futuras.
Para pensar en el
futuro lejano, debemos imaginar escenarios alternativos, aprender de nuestros
errores, considerar las implicaciones para las generaciones venideras y
reevaluar nuestros planes con regularidad.
Al aprender del
pasado, comprender el presente y visualizar el futuro (es decir, decidir qué se
debe dejar en el pasado y aceptar qué está emergiendo desde el futuro), la
humanidad puede diseñar soluciones sostenibles a largo plazo, evitar desastres
y garantizar la longevidad de nuestra especie.
Pensar en el futuro,
entonces, es una parte integral del viaje humano hacia un futuro mejor y más
brillante, comenzando en el presente
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